sábado, 16 de agosto de 2008

Amigo

De niños jugábamos en la plaza, largas jornadas, jugando a la pelota, corriendo por aquel verde y cotidiano paraje, mirando al cielo, divisando las más diversas y rebuscadas figuras en lo alto, en las blancas nubes que contrastaban su fino color con el azul del calido cielo de primavera. Es que no teníamos responsabilidades, no había horarios que cumplir, deberes, solo ser nosotros y aprovechar nuestra niñez, viviendo de sueños y fantasías. Lo recuerdo como si hubiera sido ayer, digo esta trillada frase porque así realmente lo siento, cómo olvidar aquella escena, en la que tu y yo, amigo mío, nos encontrábamos trepando el imponente árbol de la plaza, el mas alto, entregados totalmente al ocio del momento, al tiempo libre, antes de que nuestras madres nos llamaran para almorzar, para comer nuestros modestos almuerzos, para luego seguir jugando. Trepábamos el árbol, tu llegabas siempre hasta lo mas alto, en donde las ramas se hacen cada vez mas finas y peligrosas, claro, en ese entonces resistían tu peso, yo solo llegaba a la mitad de aquel árbol, tal vez era demasiado alto, demasiada exigencia, quizás, para mi reducido y débil cuerpo.
Pasaron los años y nos distanciamos. Tu seguiste tu camino, y yo el mío, bueno así es la vida. Así es su curso natural, las vidas en algún punto se separan.
Estábamos en esa etapa de responsabilidades, en la que no dejamos de cuestionarnos, para todo un por que. Aquella etapa de inspiración, aquella etapa de amores fugaces, de peleas con los viejos. Estábamos en esa precisa etapa cuando nos encontramos en la calle, admito que me costo reconocerte, es que los años pesan compañero, sobre todo en estos tiempos en los que pasan tan rápidamente, tan rápido que no nos damos ni cuenta. Tal vez pudimos ir a tomar algo, no, mas tarde tal vez. Fuimos a la plaza, la plaza que nos vio crecer, escenario de nuestras aventuras, de nuestros amores, de nuestras penas, de nuestras vidas, de nuestros buenos y malos momentos, de nuestras peleas, de nuestros chistes. Nuevamente vimos ese árbol, que ya no se ve tan imponente ante nuestros ojos, pero que sigue siendo el mas alto del lugar. Ese árbol del recuerdo, aquel viejo árbol, en el que nos apoyábamos, en el que contábamos para jugar a la escondida, en el que di mi primer beso, al que iba a llorar, el que un día trepamos juntos, el que nos dio sombra en verano y nos protegió de la lluvia en invierno, árbol en el que fumábamos a escondida de nuestros viejos, el que vio crecer nuestros interese. En fin, fue tan bello evocar tantos viejos recuerdos, sentados en la vieja y deteriorada banca, tantos años han pasado. Trepamos el árbol, nuevamente, como antes, como en los viejos tiempos, momentos eternos. Yo llegue un poco mas alto que antes, pero tu, tu llegaste aun mas alto llegaste hasta las ultimas ramas de aquel árbol, las que con dificultad resistían tu peso, extendiste tus brazos, mientras el sol se ponía, en un lejano horizonte. La verdad es que me preocupe por ti, sentí algo de temor. Te pedí que te bajaras.
Nos fuimos de la plaza finalmente, el sol poniente penetraba por nuestros ojos, me sentí bien, con tigo a mi lado. Una duda me invadía, te pregunte finalmente:
- ¿Cómo pudiste trepar tan alto?
Y tú me respondiste finalmente:
- no teniendo miedo.
Confieso que esas tres palabras marcaron mi vida.
Me pregunto si tuviste miedo cuando dejaste caer tu cuerpo desde el piso séptimo de tu departamento. La verdad es que me da mucho para pensar, tal vez demasiado.
En fin, yo ya perdí el miedo, amigo mío, perdí el miedo de decir adiós.
Adiós amigo.

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