En una sala vacía, espaciosa, vacía, fría, y sobre todo oscura. Me hallo sentado en medio, la soga me aprisiona por completo, como cazado por una bestia mitológica. El tipo elegante, el necio, despreocupado, agresivo, el asesino, el mafioso de película yanky, el tipo de traje, el desconocido, el opresor. Me rodea, me hace preguntas, me escupe en la cara, me alza la voz, me golpea, me hace preguntas, aplica electricidad en mis testículos, me golpea, me golpea, me golpea, me apunta con su revolver, me aplica electricidad, se aleja, escucho susurros vacíos, vuelve, me susurra al oído, “Pablito Gutiérrez se quedara sin padre, y Juanita sin marido”, me pone el revolver en la boca, no respondo a sus majaderas preguntas, me patea el pecho, caigo al suelo, de espaldas, amarrado a la silla, veo hacia la oscuridad de un cielo ausente, cierro mis ojos antes de escuchar las palabras macabras y vacías de sentimiento que formaban sus amenazas baratas, cierro mis ojos antes de imaginar la sonrisa de mi Pablito, de Pablito en mis brazos, jugando con tierra, jugando a la pelota, pidiéndome permiso para salir a la calle, cierro mis ojos antes de imaginar a mi Juanita, amor de amores, mi princesa cotidiana, mi mujer, mi compañera, a quien veía en las mañanas junto a mi, en aquellos amaneceres platónicos, románticos, colmados de pasión, de ternura, de amor. Cierro mis ojos antes de sentir el frió metal del cañón de su arma y visualizar a mi mujer y a mi hijito, muertos, muertos por culpa de mi valiente silencio maldito. Cierro mis ojos antes de hablar, antes de resignarme a la caída, antes de entregarme, antes de perder, y ganar, antes de ser débil, antes de hablar, antes de responder a sus infaustas preguntas, a su perversa, nefasta interrogación
Cierro mis ojos antes de ver a mis compañeros y compañeras caer bajo un régimen militar.
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